sexo, mentiras, video y … ¡pasaron 23 años!

El otro dia volví a ver la película de 1989 que marcó toda una época: sexo, mentiras y video.  Me llevé una sorpresa. Esperaba que la película estuviera avejentada, demodé, o ya francamente desechable. Nada de eso. Sacando algunos detalles insoslayables de la época  – no se ven computadoras, tablets, ni celulares – el cuarteto de personajes y sus rollos psicológicos siguen tan vigentes como hace veintitres años; el zeitgeist sigue ahí.

La película fue trascendente porque le abrió la puerta a muchos otros films de cine independiente que buscan una alternativa al cine comercial y a la tradición mainstream de Hollywood. Ahora, los “indie films” se han convertido en un género aparte.

Hacer sexo, mentiras y video (así en minúsculas como se vendió) costó 1.2 millones de dólares pero recaudó más de $25 millones. Además, consagró a su (entonces) joven director Stephen Soderbergh como genio ( también escribió el guión), y convirtió en movie stars al cuarteto actoral. Andie MacDowell en el papel de esposa aburrida y frígida. James Spader como impotente outsider, algo  freak, que se erotiza con las intimidades sexuales de las mujeres; siempre a través de la profiláctica lente de una cámara. El infiel abogado yuppie sobre las espaldas de Peter Gallagher con Laura San Giacomo como la amante que en su fogosa desinhibición es el polo opuesto de su hermana. Toda gente más o menos de mi misma generación. Me intriga saber qué pensaría de la película alguien hoy de 25 años.

Es gracioso cuando el marido le dice a su amante, la hermana de su mujer, que no la puede ubicar en el bar donde trabaja porque el teléfono le da ocupado. ¡Impensable hoy en día! La filmadora con la que hacen las grabaciones parece un tubo de oxígeno. Ahora todo se ha jibarizado. Y las cajitas con los cassettes de cinta que se podían romper en un ataque de furia. Juraría que esos videotapes fueron la última versión que vi. Todo me remite a lo vertiginoso de la época digital en la que vivimos donde nos podemos reír de los artefactos que usábamos hace solo 20 años. También impensado en épocas no tan lejanas.    

Ver la pelicula otra vez en 2012 me permitió distinguir varias capas de historias cruzadas y muchos temas que siguen vigentes en esta época de amores fugaces y livianitos donde sigue costando la intimidad. Solo siete años antes de la filmación, circa 1982,  surgieron los primeros casos de SIDA.  El sexo empezaba a llenarse de obstáculos  y en este caso la distancia la marca la lente de una cámara. Pero la mayor distancia es por las trabas que tienen todos para relacionarse, saber qué quieren de verdad y cómo pueden ser felices.

Tambien me impactó la fusión entre lo real y la repetición de lo real; la infinita  reproducción de lo grabado. Un interesante juego de espejos que se da vuelta cuando el personaje de Andie Macdowell apunta con la cámara al personaje de Spader, dándole un taste of his own medicine, y luego entrando ambos dentro del alcance de la cámara para intimar… ¿y amar? “Nunca aceptes consejos de alguien con quien no tuviste intimidad”, sentencia el observador de la sexualidad femenina.

Pero lo que marcó todo una era fue la repetición de las tres palabras en sus múltiples combinaciones. Se decía “sexo, mentiras y ……”, “sexo, …… y videotape”, o “…, mentiras y video”. Cualquier frase tripartita clever que sirviera a la ocasión. No pude dejar de asociarlo a un éxito editorial de ahora que es “Eat, pray, love” (“comer, rezar, amar”). Algo pasa con tres palabritas combinadas en mágica sucesión. Yo hubiera jurado que con un título como “eat, pray, love ” no se puede vender ni un ejemplar. Shows just how clueless I am.

Dime cómo cuidas el espacio público y te diré quién eres

María:  Tengo la impresión de que la gente está más maleducada, que hay menos respeto, más que nada en la calle, en las plazas….

Juan: Te parece … es la edad, María, te estás poniendo más vieja…

María: Qué tonto. Bah, puede ser que sea por la edad pero ya escuché a otra gente quejarse por lo mismo. Nosotros pintamos la fachada del edificio hace un tiempo y ya la mancharon con aerosol negro. No duró nada limpia.

Juan: Es imposible pretender vivir en una ciudad impoluta. Además, vos que sos la mayor defensora de la libertad de expresión que conozco, me extraña que te moleste el grafitti.

María: Una cosa es el grafitti artístico, que hay muchísimos en Buenos Aires y otra cosa es estropear la pared del vecino.

Juan: ¿Cuál es la diferencia?

María: Supongo que el grafitti artístico tendrá algún tipo de aval de la municipalidad, no sé. Es usar una pared como una tela en blanco con el intento de embellecerla, no de afearla. Lo que me jode es la falta de conciencia de que existe un otro, un vecino, un ciudadano que no sos vos. En los países con más ejercicio democrático ves más respeto por el espacio público. Es como si pudieras sentir que el espacio público es tuyo y lo cuidás como cuidás tu casa, es una extensión de tu propio espacio.

Juan: Medio utópico me suena.

María: A mi lo que me molesta es el vecino que usa tu vereda y no la suya para que su perrito haga sus necesidades ¿entendés? Usa tu vereda como no usa la de su edificio. O pinta tu pared aunque jamás pintaría la propia. Me arriesgo a decir que la evolución de una sociedad se puede medir por el cuidado que se les da a los espacios públicos. Es la forma en que se demuestra hasta dónde una sociedad incorpora al otro, a su semejante, al tipo que usa los mismos espacios. También es una señal de madurez.

Juan: Tal vez serías más feliz en Suiza.

María: No. Sería más feliz si la ciudad donde elegí vivir fuera más cuidada por los que vivimos acá.