El otro día escuché que alguien dijo de unos vecinos que veraneaban en el mismo edificio “son provincianos”. ¿Y nosotros qué somos? pregunté. Coro de voces: PORTEÑOS. Sí, pero los porteños somos de la provincia de Buenos Aires también, ¿o no? ¿No somos también provincianos? Nice try pero not a chance. Somos porteños.
Leí un post que me interesó mucho llamado “When do you become a New Yorker” y pensé: ¿cómo se gana uno el título de porteño? Nosotros no nos mudamos tanto como los estadounidensesdeamérica o sea que muchos porteños tenemos buenos aires desde la cuna hasta la tumba. Me da tristeza pensar que alguien con tanta porteñidad como Borges descansa en Suiza. Un imbécil que ni merece ser nombrado acaba de anunciar que meó sobre su tumba. Qué manera asquerosa de promocionarse. But I digress.
Supongo que da derecho a la porteñidad el haber nacido en la ciudad, incluso si uno vive en otra parte o hasta en otro país, seguiría diciendo que es porteño. En cambio, si uno es de Rosario, vamos a suponer, y vive diez años en la ciudad de Buenos Aires no diría que es porteño, diría que es un rosarino viviendo en Buenos Aires. El punto es que todo indica que el título de propiedad lo da la cuna.
Yo soy porteña de nacimiento y por elección. Me crié en losestadosunidosdeamérica y volví a Buenos Aires por elección de mis padres (sobre todo de mi padre que le agarró el síndrome del obelisco, el dulce de leche, y todo lo que no había tenido nunca) que quiso, sin vuelta atrás, traernos de regreso a la Argentina en una época difícil. Lamentablemente hay muchas épocas difíciles en la Argentina, y, once again, I digress.
Viví en el Distrito Federal de México y en Barcelona por menos de un año en cada una en el 2003 y 2004. Adoro las dos ciudades pero elegí vivir en Buenos Aires, pudiendo vivir en otro lado. Lo elegí. A conciencia. Por eso me duele tanto este país. Por eso comprendí – tantísimos años después – a mi padre y por qué eligió volver (“si los crío a la argentina sufren ustedes y si los crío a la americana sufro yo”).
En Buenos Aires están las calles que he recorrido tanto. A tal punto, que puedo dar indicaciones cuando alguien me pregunta dónde queda tal o cual calle. ¡Qué porteña me siento entonces! Yo digo que uno es habitante de una ciudad cuando puede dar indicaciones para llegar a algún lado. Y eso me hace acordar a un stand up belga que vivió en Buenos Aires como siete años y decía que éramos muy dramáticos. Si le preguntás a alguien por la calle donde queda tal dirección y no sabe, te dice : “me mataste”. O – según el comediante – peor. Te dice: “si te digo, te miento”. Para mí en ese dramatismo se ve la herencia española, pero, once again, I digress.
El artículo que leí dice que para ser un “New Yorker” tenés que haber vivido mínimo ocho años en The Big Apple. Ya expliqué que no creo que sea el caso porteño. También introduce la noción de que si pasaste alguna calamidad en aquella ciudad (blizzards, blackouts y ni hablar de 9/11) te da una especie de derecho y de lazo de afinidad con los demás.
Imaginate los porteños todo lo que vivimos. Golpes de Estado, hiperinflación; caídas de gobiernos; cinco presidentes en un abrir y cerrar de ojos; el corralito, muertes en manifestaciones; cartoneros tan Paul Auster en In the Country of Last Things, los más de un piquete por día en 2010, los cortes de luz y agua programados en la época de Alfonsín, no programados ahora; botes navegando por Juan B. Justo (you’ve got to be shitting me!). Mi propuesta es que si te bancaste todas estos cosas, aunque tu origen sea extraterrestre, te merecés el título de porteño.
La nota de los aspirantes a título de New Yorkers tiene una idea interesante: alguien dijo que uno es un neoyorkino cuando llega a este punto crucial: “As much as you may hate the city on any given day, you hate the thought of living elsewhere even more.” No estoy de acuerdo. La idea de vivir en otro lado me apetece cada vez más por el nivel de desajuste diario que vivimos los porteños, pero hay que resistir. El corazón me sigue haciendo elegir Buenos Aires. Irremediablemente porteña.