Es medianoche y daría cualquier cosa por que fueran las 11 pm. Si fuese más temprano, todavía me quedaría el último capítulo de Mad Men (“Tomorrowland” de la cuarta temporada) por ver. Ya no hay más capítulos disponibles y ahí andan los responsables de la serie con negociaciones por la Fifth Season que, a juzgar por los comentarios, está generando nervios y síntomas de abstinencia en los fans.
Ya me habían dicho que la serie era adictiva por eso me contuve en principio pero sucumbí, sobre todo por una de las notas en la revista Orsai que era la última que me quedaba por leer. Odio los spoilers y no pensaba leer la nota hasta terminar de ver la serie para formar mi propia opinión. (AVISO: lo que sigue contiene spoilers si no vieron Mad Men)
Solo quiero poner el foco en los personajes femeninos y por esto tengo que empezar por decir lo obvio pero no sé si siempre remarcado: la historia salió de la cabeza de un hombre que hoy tiene cuarenta y cinco años, Matthew Weiner. Es decir, está escribiendo sobre una época en la que casi no había nacido. Pero nació en la década del 60 – igual que yo – y a veces ver MAD MEN me hace sentir que estoy en el túnel del tiempo. Es el tiempo de mis padres y abuelos.
Vamos a por esas mujeres. Empiezo – obviamente – por Peggy Olson. Peggy! What a gal! Tan extraña y verde pero a la vez tan llena de ambición que el primer día de trabajo recibe el peligroso madrinazgo de Joan (en próxima entrega). No tiene mejor idea que agarrar la mano del obscenamente precioso Don Draper. Pésima iniciativa, Peggy, estás confundida, tu lugar es otro. No es el de la amante, por allí no vas a ningún lado (a diferencia de Joan) aunque todos tus compañeros masculinos creen que te tuviste que acostar con Don para llegar hasta donde llegaste. ¡Tragá saliva y para adelante! Se te avalanzaron Ken, Paul y Pete. Caíste en las redes del último con trágicos resultados. La tuya es una fealdad con belleza.
Peggy ve perfectamente a dónde quiere ir, casi “tunnel vision”. Quiere ser redactora y no va a parar hasta conseguirlo – siempre por derecha – en lo que hace a lo laboral. No hace trampas, dice lo que piensa y defiende a sus compañeros varones en el lugar de una compinche. Busca mayor justicia en el ámbito laboral (aunque a veces le sale mal). Los hombres la regristran por primera vez cuando quieren tener una opinión sobre los productos femeninos: lapiz labial, corpiños, crema para los granos y una extrañísima máquina llamada “The Relaxasizer” que merecería un post aparte. Peggy está dispuesta a probar cada uno de los productos con tal de encontrar un lugar entre sus colegas masculinos. Y lo logra. En el trabajo, asciende por mérito propio. Tal vez con alguna ayudita de Joan. Y consigue la propia oficina al lado de su jefe gracias a una insistencia ultra femenina que puede ser tanto virtud como defecto.
Bien, asciende Peggy. Ahora se tiene que ganar el respeto de todos esos hombres que no la respetan. Los chistes tan desubicados, convengamos que no eran épocas de sexual harrasment aquellas. A aprender lo que hay que aprender: estas minas se valían por sí solas, nada de correr con quejas a otros. Peggy se queda afuera de los terceros tiempos de sus colegas cuando siguen trabajando after hours en los bares de conejitas Playboy. Se ríen de ella y pasa de ser la “your girl” de Don (algo así como “la chica”), que era un término utlizado para las secretarias, a ser jefa de otros redactores hombres. Una pionera total, Peggy. Cuidado que navegás por aguas sin mapas, vas a tientas, tratando de hacerte un lugar. Nunca vas a ganar del todo. Paciencia. Viene el siglo XXI.
Su vida personal, por otro lado, es un desastre. Las píldoras anticonceptivas no le sirvieron. (¿Qué hiciste mal, Peggy?). Pero no se le pueden negar las experiencias que seguro la han hecho crecer, y mucho, como mujer. Aunque sufra como una energúmena.
Para Peggy, vale el slogan de Virginia Slims, ya que estamos en un ámbito publicitario: “You’ve come a long way, baby”. Nadie le puede quitar a Peggy el haber recorrido un largo camino. Y se merece un agradecimiento de muchas de las mujeres que llegamos después a la fuerza laboral mayoritariamente masculina.
En cuanto a la actriz que encarna a Peggy, Elizabeth Moss, la vi en 2008 en Broadway, en una nueva puesta de la adrenalínica obra de David Mamet, Speed the Plow, haciendo un papel que originalmente había hecho Madonna en la versión de los ’80. Tuve la suerta de verla interactuar con Jeremy Piven antes de que éste abandonara la obra.
A todas las Peggys reales de carne y hueso que nos antecedieron, gracias por abrir camino -aunque sea con machete y bancándose muchas picaduras siniestras- a las que venimos detrás de ustedes.